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Esta vez, me gustaría escupir unas cuantas frases que os ayuden a entenderme, como especimen humano, más aún si cabe.
Desde que era pequeño he podido observar la capacidad almacenativa y comprobar el engranaje de mi delicado estómago; por más que me propusiese comer de manera pausada e ingerir alimentos que no interfiriesen en mi ciclo estomacal, mi ansia por devorar y mi gula personal controlaban mi cuerpo.
Por otro lado me he criado junto a un padre prudente, con un estómago muy endeble, el cual se cuida de comer cosas excesivamente picantes, salsas extrañas y comida abundante.
Si bien todos conocemos las leyes de la genética, si tu padre es calvo, su padre lo fué y sus antepasados casi nacieron sin pelo, lo más probable es que tú acabes como Mr. Proper, con lo que siempre he pensado que antes de que llegue la hora en la que deba cuidar mi línea/estómago, no pienso privarme de alimento alguno por feo, maloliente o desagradable que parezca, siempre y cuando se encuentre en perfectas condiciones... aunque no consiga que se cumpla el cien por cien de las veces.
Como ya he comentado, a mi cuerpo lo considero como un centro de experimentos ingestivos (recordad la historia del restaurante brasileño y sus consecuencias), pero siempre teniendo excesivo cuidado (o eso era lo que yo pensaba...).
Quién no se ha comido un yogurt caducado después de uno o dos días, un plato de comida lleva reposando en la nevera una semana, o un helado de hace meses en el congelador, toda persona normal ¿verdad?, pues en mi caso he llegado a superar esas cifras hasta el borde de la locura.
En mi última aventura digestiva, me encontraba en mi pueblo gallego, en una casita más que acogedora cuyos alimentos perduran entre nuestras dos o tres visitas al año (verano y navidad normalmente).
En esta casa, cansado por el calor y hambriento por el largo viaje de doce horas en coche, uno pensaría en llevarse a la boca cualquier tipo de comida, evidentemente no algo que estuviese en la nevera desde hace meses, pero sí todo tipo de piscolabis que se encontrase en buenas condiciones...
Y allí estaba, junto a la repisa de la nevera y escondido entre latas de conserva y botes de envasado al vacío, un apetitoso paquete de patatas fritas "asturianas" llamándome a voces. Al cogerlo noté que ya se encontraba abierto, pero tras un par de cálculos rápidos deduje que los últimos huéspedes habían estado allí no hace más de un mes, con lo que si no sabían de forma extraña, acabarían todas en el estómago.
Y así fue lo sucedido, lleno de migajas alrededor de la boca por haber ingerido como un animal, me encontraba satisfecho y sediento, más feliz que Michael Jackson en un parque infantil sin vigilancia; una vez sentado en el comedor viendo inútiles prográmas de horario de tarde, me dió por mirar el envase vacío de patatas fritas para buscar la fecha de caducidad, esperando no ser mayor a una o dos semanas desde el día actual...
Gritos, llantos y desesperación fueron las siguientes consecuencias a lo ocurrido: al observar la fecha comprobé que se trataba del mes anterior al de la fecha, si estabamos a principios de Agosto aquellas patatas caducaban en las últimas semanas de Julio, con lo que no existía demasiado riesgo... ¿pero qué es esto? -exclamé en voz alta como un poseso: ¡el año de caducidad de la bolsa era el 2008 y actualmente me encontraba en el 2009!, ¡aquella bolsa llevaba caducada algo más de un año entero!
El resultado os lo podeis imaginar... caguitis, vomititis y pal hospitaliti con la cara de un muerto viviente al hospital en busca de una salvación, ¡bendito suero fisiológico!.