martes, 20 de abril de 2010

Las Patatas Fritas...

Hay quien dice que comer es lo más sano que el hombre puede hacer con la naturaleza..., pero yo digo que si la naturaleza pudiera elegir ya se habría comido al hombre.
Esta vez, me gustaría escupir unas cuantas frases que os ayuden a entenderme, como especimen humano, más aún si cabe.
Desde que era pequeño he podido observar la capacidad almacenativa y comprobar el engranaje de mi delicado estómago; por más que me propusiese comer de manera pausada e ingerir alimentos que no interfiriesen en mi ciclo estomacal, mi ansia por devorar y mi gula personal controlaban mi cuerpo.
Por otro lado me he criado junto a un padre prudente, con un estómago muy endeble, el cual se cuida de comer cosas excesivamente picantes, salsas extrañas y comida abundante.
Si bien todos conocemos las leyes de la genética, si tu padre es calvo, su padre lo fué y sus antepasados casi nacieron sin pelo, lo más probable es que tú acabes como Mr. Proper, con lo que siempre he pensado que antes de que llegue la hora en la que deba cuidar mi línea/estómago, no pienso privarme de alimento alguno por feo, maloliente o desagradable que parezca, siempre y cuando se encuentre en perfectas condiciones... aunque no consiga que se cumpla el cien por cien de las veces.
Como ya he comentado, a mi cuerpo lo considero como un centro de experimentos ingestivos (recordad la historia del restaurante brasileño y sus consecuencias), pero siempre teniendo excesivo cuidado (o eso era lo que yo pensaba...).
Quién no se ha comido un yogurt caducado después de uno o dos días, un plato de comida lleva reposando en la nevera una semana, o un helado de hace meses en el congelador, toda persona normal ¿verdad?, pues en mi caso he llegado a superar esas cifras hasta el borde de la locura.
En mi última aventura digestiva, me encontraba en mi pueblo gallego, en una casita más que acogedora cuyos alimentos perduran entre nuestras dos o tres visitas al año (verano y navidad normalmente).
En esta casa, cansado por el calor y hambriento por el largo viaje de doce horas en coche, uno pensaría en llevarse a la boca cualquier tipo de comida, evidentemente no algo que estuviese en la nevera desde hace meses, pero sí todo tipo de piscolabis que se encontrase en buenas condiciones...
Y allí estaba, junto a la repisa de la nevera y escondido entre latas de conserva y botes de envasado al vacío, un apetitoso paquete de patatas fritas "asturianas" llamándome a voces. Al cogerlo noté que ya se encontraba abierto, pero tras un par de cálculos rápidos deduje que los últimos huéspedes habían estado allí no hace más de un mes, con lo que si no sabían de forma extraña, acabarían todas en el estómago.
Y así fue lo sucedido, lleno de migajas alrededor de la boca por haber ingerido como un animal, me encontraba satisfecho y sediento, más feliz que Michael Jackson en un parque infantil sin vigilancia; una vez sentado en el comedor viendo inútiles prográmas de horario de tarde, me dió por mirar el envase vacío de patatas fritas para buscar la fecha de caducidad, esperando no ser mayor a una o dos semanas desde el día actual...
Gritos, llantos y desesperación fueron las siguientes consecuencias a lo ocurrido: al observar la fecha comprobé que se trataba del mes anterior al de la fecha, si estabamos a principios de Agosto aquellas patatas caducaban en las últimas semanas de Julio, con lo que no existía demasiado riesgo... ¿pero qué es esto? -exclamé en voz alta como un poseso: ¡el año de caducidad de la bolsa era el 2008 y actualmente me encontraba en el 2009!, ¡aquella bolsa llevaba caducada algo más de un año entero!
El resultado os lo podeis imaginar... caguitis, vomititis y pal hospitaliti con la cara de un muerto viviente al hospital en busca de una salvación, ¡bendito suero fisiológico!.

miércoles, 14 de abril de 2010

El Pan Rallado...

Una vez más, y después de ni se sabe cuantos meses, vuelvo para contaros una anécdota más con el fin de entreteneos en esos minutos inútiles que perdemos a diario.
No me imagino cómo andareis de habilidosos en el tema de cocina, pero os aseguro que hasta los grandes cocineros son capaces de meter la pata.
Esta historia se la tengo que dedicar al protagonista de la misma, mi padre, buen padre de familia, gran arquitecto y mejor cocinero (o eso pensabamos todos).
Supongo que estareis hartos de escuchar las discusiones entre vuestros padres respecto al tema de la comida, vuestra madre quejándose de que no le apetece hacer siempre la comida y vuestro padre excusandose por el cansancio, lo que nos lleva a degustar un rico variado de embutido hacendado o con suerte atacar a los restos a punto de caducar en la nevera (estos últimos son considerados un manjar en estas situaciones).
Un día, al llegar mis padres a casa después de una dura jornada de trabajo, seguíamos la rutina habitual: mi padre diciendo "niño despiertate que son las tres de la tarde", mi madre por otro lado "yo hoy no voy a hacer la comida que me quiero relajar" y por último mi hermana advirtiendo que venía a casa a comer para evitar el minimo esfuerzo, con lo que nuevamente nos encontrabamos en una situación delicada que ami me gusta denominar como "alerta chope".
En esta delicada situación fue el cabeza de familia quien se ofreció para subsanar el problema; iba a preparar una rica sopa de picadillo acompañada de filetes rosada empanada con ensalada como segundo plato, delicioso ¿verdad?.
Una vez en la mesa, después de la ardua tarea de cocinar sin dejar la cocina como un campo de batalla (cosa que irrita más a la jefa que tener que hacer la comida a diario), felicitamos a mi padre por la gran sopa de entrante, ¡exquisita!; una vez terminada la sopa, se me encomendó la tarea de recoger la bandeja con el pescado recien hecho.
De vuelta en la mesa nos quedamos asombrados del oscuro color de la rosada, lo que con una simple explicación del chef nos sirvió para satisfacernos: "creo que se me han hecho un poco de más los filetes". Ya repartidos los pedazos en cada plato, corté valientemente la esquina del primero y me la metí en la boca esperando un manjar... cuando noto algo extrañamente agrio; lo comento en la mesa pero nadie parece percibir nada fuera de lo normal, es más, mi hermana se atrevió a decir que eran los mejores filetes de pescado que había probado nunca, accediendo a comerse el resto de mi plato.
Después de terminar el pescado, mi espadre, con un sabor de boca parecido al de haber mordido durante diez minutos una banderilla, se acerca a la cocina para comprobar si había podido ser un error suyo; no encuentra nada raro, pero le mosquea que el pan rallado usado para empanar los filetes esté más tostado en la parte superior del bote, con lo que seguidamente lo revisa con mi madre quien no observa importancia alguna; lleno de curisidad me acerco al bote que observan mis padres y me percato de algo impresionante: ¡la parte "tostada" del pan rayado se estaba moviendo!.
Rápidamente ambos progenitores echaron mano de sus gafas para una visión clara y descubrieron a unos pequeños amigos dentro de aquel dichoso tarro: ¡gusanos enanos!; habíamos estado comiendo tranquilamente unos filetes de pescado recubiertos por un delicioso enjambre de gusanos. Todos comenzamos a reir a la vez que recordabamos la grandiosa frase de mi hermana "estos son los mejores filetes empanados que he comido nunca".