miércoles, 14 de abril de 2010

El Pan Rallado...

Una vez más, y después de ni se sabe cuantos meses, vuelvo para contaros una anécdota más con el fin de entreteneos en esos minutos inútiles que perdemos a diario.
No me imagino cómo andareis de habilidosos en el tema de cocina, pero os aseguro que hasta los grandes cocineros son capaces de meter la pata.
Esta historia se la tengo que dedicar al protagonista de la misma, mi padre, buen padre de familia, gran arquitecto y mejor cocinero (o eso pensabamos todos).
Supongo que estareis hartos de escuchar las discusiones entre vuestros padres respecto al tema de la comida, vuestra madre quejándose de que no le apetece hacer siempre la comida y vuestro padre excusandose por el cansancio, lo que nos lleva a degustar un rico variado de embutido hacendado o con suerte atacar a los restos a punto de caducar en la nevera (estos últimos son considerados un manjar en estas situaciones).
Un día, al llegar mis padres a casa después de una dura jornada de trabajo, seguíamos la rutina habitual: mi padre diciendo "niño despiertate que son las tres de la tarde", mi madre por otro lado "yo hoy no voy a hacer la comida que me quiero relajar" y por último mi hermana advirtiendo que venía a casa a comer para evitar el minimo esfuerzo, con lo que nuevamente nos encontrabamos en una situación delicada que ami me gusta denominar como "alerta chope".
En esta delicada situación fue el cabeza de familia quien se ofreció para subsanar el problema; iba a preparar una rica sopa de picadillo acompañada de filetes rosada empanada con ensalada como segundo plato, delicioso ¿verdad?.
Una vez en la mesa, después de la ardua tarea de cocinar sin dejar la cocina como un campo de batalla (cosa que irrita más a la jefa que tener que hacer la comida a diario), felicitamos a mi padre por la gran sopa de entrante, ¡exquisita!; una vez terminada la sopa, se me encomendó la tarea de recoger la bandeja con el pescado recien hecho.
De vuelta en la mesa nos quedamos asombrados del oscuro color de la rosada, lo que con una simple explicación del chef nos sirvió para satisfacernos: "creo que se me han hecho un poco de más los filetes". Ya repartidos los pedazos en cada plato, corté valientemente la esquina del primero y me la metí en la boca esperando un manjar... cuando noto algo extrañamente agrio; lo comento en la mesa pero nadie parece percibir nada fuera de lo normal, es más, mi hermana se atrevió a decir que eran los mejores filetes de pescado que había probado nunca, accediendo a comerse el resto de mi plato.
Después de terminar el pescado, mi espadre, con un sabor de boca parecido al de haber mordido durante diez minutos una banderilla, se acerca a la cocina para comprobar si había podido ser un error suyo; no encuentra nada raro, pero le mosquea que el pan rallado usado para empanar los filetes esté más tostado en la parte superior del bote, con lo que seguidamente lo revisa con mi madre quien no observa importancia alguna; lleno de curisidad me acerco al bote que observan mis padres y me percato de algo impresionante: ¡la parte "tostada" del pan rayado se estaba moviendo!.
Rápidamente ambos progenitores echaron mano de sus gafas para una visión clara y descubrieron a unos pequeños amigos dentro de aquel dichoso tarro: ¡gusanos enanos!; habíamos estado comiendo tranquilamente unos filetes de pescado recubiertos por un delicioso enjambre de gusanos. Todos comenzamos a reir a la vez que recordabamos la grandiosa frase de mi hermana "estos son los mejores filetes empanados que he comido nunca".

1 comentario:

marti dijo...

buaaaaaaaaaaaaah!!! que asqueteeee!!! jijijiji ya me puedo imaginar el cachondeo con tu hermana!!!