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Como ya he comentado en la historia de los negratas, fui a California un verano a aprender inglés en una familia que me acogía durante un mes entero.
El siguiente día a nuestra llegada habían preparado una barbacoa en una increible casa americana que tenía prácticamente todo lo que a un adolescente se le pueda pasar por la cabeza comprar para su jardín: cancha de baloncesto, cama elástica, mesa de ping pong, piscina con cascada, máquinas recreativas..., en fín, una lista repleta de pasatiempos que ayudarían a que nos conocieramos los unos con los otros.
Cuando llegue a aquella casa, esperaba que estuvieran allí todos mis nuevos compañeros de viaje españoles, y en especial el único que realmente conocía de Málaga; como no ví más que dos coches en la entrada pensé que fuí de los primeros en llegar, hasta que me encontré con mi amigo en el enorme jardín pero con una curiosidad: el tío se encontraba vestido con una camiseta de propaganda, unos pantalones de pijama y unas zapatillas.
Mi primera reacción fue la de pensar "que tío mas grande que se viene aquí super cómodo a conocer a la gente, que dios", hasta que caí en la cuenta de que le había tocado vivir en aquella mansión.
Por suerte para mí, mi familia de acogida y la suya se llevaban bien, así que de vez en cuando nos escapábamos a realizar actividades juntos tales como ir a la bolera, centros comerciales, hacer waterboard (como surf pero enganchado a una lancha motora) o lo más divertido a lo que pudimos ir a hacer: rafting.
Para quien no esté familiarizado con este deporte quiero explicaros por encima en que consiste: se trata de una pequeña balsa en la que se encuentran seis personas sentadas (tres en cada lado) como principales remos y una séptima con mucha más experiencia que hacía de timón y guía, y el único objetivo es bajar la totalidad del río en el mejor estado físico posible.
Una vez allí nos colocaron por tamaño a ambos lados de la balsa para compensar las fuerzas, y mi amigo y yo nos encontrabamos sentados en segunda fila, uno a cada lado, con nuestras respectivas madres delante y nuetras dos hermanas detrás; la guía era una chica jóven que parecía que sabía lo que hacía, y hecho esto nos pusimos en marcha.
Al principio para cogerle el truco a remar de forma unitaria nos encontrabamos en una planicie del río, pensando por un momento que todo iba a ser así y que aquello iba a ser el mayor sufrimiento no por esfuerzo, sino por aburrimiento. Cuando empezamos a atravesar pequeñas bajaditas con piedras a los lados y la cosa iba cogiendo velocidad nos empezamos a emocionar con aquel deporte.
Tras unos treinta minutos remando, tirándonos al agua para refrescarnos y bajando rampitas pequeñas llegamos a un recóndito espacio lleno de balsas como la nuestra que se encontraban haciendo círculos evitando seguir adelante.
Resulta que en el camino habían dos sorpresas: dos bajadas tan profundas que se debían hacer tan sólo de una en una balsa, con los pasajeros sentados en el suelo en posición fetal y los remos en vertical para no hacerlos chocar con las grandes rocas de los lados. Eso sí que tenía emoción, y la pura realidad es que a todos se nos notaban dos grandes pelotas en la garganta subidas desde la entrepierna (incluso a las mujeres), pero si habíamos ido hasta allí no era para dar un rodeo y bajar el trecho a pie sosteniendo la balsa como hacían la mitad de los grupos; una vez examinada la bajada con detenimiento, nos dispusimos a ello y tomamos rumbo al estrecho recoveco por el que había que atravesar las rocas cogiendo la mayor velocidad que nuestros brazos alcanzaban.
Estando en la sinuosa bajada sentíamos cómo golpeábamos lateralmente las rocas a una velocidad de vértigo, y tras unos veinte segundos agónicos llenos de pura adrenalina llegar a tocar de nuevo el estado de planicie acuática hizo que de la emoción todos nos levantásemos para celebrar nuestro triunfo gritando con alegría.
El mal trago había pasado, todos nos sentíamos como unos auténticos héroes triunfantes, pero no habían pasado ni diez minutos más cuando llegamos a una nueva retención de balsas con la consiguiente bajada aún más peligrosa que la anterior...
Era tan importante la pendiente y tan complicado el recorrido de bajada que tuvimos que estudiar muy a fondo la manera de aproximarnos a ella. Una vez preparados y con alrededor de doscientas personas observando desde sus balsas o estando en tierra firme fuimos directos hacia el peligro y con decisión pensando "¡esta gente se va a enterar de que casta estan hechos los españoles!".
Entramos frenéticamente en aquel tobogán de piedra, siendo tanto el frenesí que nos fuimos directos contra la roca más grande del camino, frenándonos en seco y haciendo que los pasajeros traseros chocasen con nosotros y nosotros con los delanteros hasta estampar literalmente la cara contra la fría piedra. Lo siguiente que recuerdo es a nuestra monitora con una fractura a la altura de la rodilla intentando agarrarme para no seguir golpeándome con las rocas de la cascada... Cuando mi amigo y yo nos dimos cuenta del ridículo que habíamos hecho ante tanta espectación y estando con el cuerpo magullado y dolorido aunque intacto, nos echamos a reir como posesos a la vez que escuchabamos a la gente alrededor diciendo "is not funny!" jajaja.