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La primera lección que me dió la vida es que si viajas por primera vez a un país donde sólo te pueden hablar en un idioma "estudiado durante años" sin ningún tipo de ayuda externa estas muy jodido.
En mi caso viajábamos un grupo de entre veinte y treinta chavales, todos sobre unos catorce o quince años de edad, con el fin de convivir un mes entero con una familia de acogida la cual no tenía ni el mínimo ápice de conocimiento del lenguaje castellano.
Cuando llegas definitivamente al lugar de recogida tras largas horas de aviones y autobuses (Málaga-Madrid, Madrid-Philadelphia, Philadelphia-Sacramento), con la mejor cara posible teniéndola desencajada por el viaje, tienes que decidir qué hacer al conocer a la familia: estrechar la mano (demasiado frío), abrazar (demasiado pegajoso) o dar dos besos (de esto no tenían ni puta idea), y tras pensarlo varias veces te decides a esperar su reacción, con lo que el saludo se queda en una escena de cuatro personas de pie que se conocen de forma ridícula sin ningún contacto físico, tan sólo un leve levantamiento de la cabeza amablemente y varios segundos la mar de incómodos.
De lo primero que te das cuenta al comenzar el trato con la familia es de que no tienes ni la más mínima idea de qué cojones te estarán intentando decir, con lo que sólo tienes en mente a toda la familia de tu profesor de inglés reunida; para más inri, yo tuve la gran suerte de que me tocó una "madre" gangosa, es decir, si ya es dificil hablar con un gangoso en castellano, imagináoslo en inglés y por primera vez (¡ña ña ñaña ña!), algo imposible .
Al llegar a casa haces uso de algunas de tus frases preparadas para quitarte de enmedio: "i'm so tired, i'm going to sleep", y así poder asimilar la nueva estancia.
Cuando pasan los días te das cuenta de que le vas cogiendo el truquillo a eso de la comunicación; igual al principio es más mímica que inglés, pero satisface por igual el poder entenderse.
Podría contar un montón de anécdotas del viaje a Sacramento, así que simplemente relataré la primera que se me ha venido en mente. En este viaje la cosa funcionaba así: por las mañanas acudíamos a "clases" con los demás compañeros españoles (entre comillas debido a que allí sólo hacíamos el paripé), después de almorzar siempre tenían organizado un pequeño viaje o actividad y de tarde-noche volvíamos a casa para estar con la familia.
Esta historia tiene lugar a la vuelta de uno de esos viajes para realizar actividades (creo recordar que se trataba de jugar al minigolf, pero a quién le importa ¿no? jaja), en la que tres chicos españoles y yo nos encontrabamos en un coche conducido por un americano (bastante palurdo el pobre joven).
Como era habitual poníamos la música que se nos antojaba, y siempre le decíamos al conductor que la subiera más y más hasta reirnos de ver cómo sufrían de lo alta que estaba; en esa misma tarde, con la música a toda ostia y parados en un semáforo nos quedamos perplejos cuando escuchamos un ruido más molesto aún que el nuetro propio que se acerca por nuestro costado hasta quedarse pegado a menos de un metro: era el típico coche de negratas superfumados que llevaban puesto hiphop americano distorsionado por el alto volumen, quienes se nos quedan mirando en plan desafiante.
En el asiento del copiloto se encontraba el más chulito de nosotros, un chaval que hacía boxeo, el cual apretó el botón de bajar la ventanilla del coche a la vez que nos preguntaba irónicamente: ¿qué pasará si bajo la ventanilla?; la primera reacción de los negratas fue la de preguntarle abiertamente "have you got a problem?" (¿tienes algún problema?), y acojonado aunque sonriendo volvió a accionar el mecanismo de la ventana pero esta vez para subirla.
El conductor pardillo que sabía mejor que nadie dónde nos estabamos metiendo pisó el acelerador a fondo nada más cambiar al verde el semáforo para dejar al "niggercar" detrás y llegar lo antes posible a la iglesia donde dábamos clase (en efecto, dabamos clase en una iglesia, que triste); la pena fue que el carrazo de los morenos tenía infinitamente más potencia que el nuestro, así que fueron detrás nuestra el resto del camino hasta llegar al aparcamiento, donde bloquearon la salida de nuestro coche con el suyo nada más estacionar, a la vez que salían un monton de gente desde dentro de aquel vehículo maldito con demasiados kilos de músculos y poca cara de amigos.
Fue el momento en que todos nosotros nos convertimos al catolicismo de forma directa rogándole a Dios por una salida sin llegar a verter nuestra sangre en el suelo de aquella capilla; acojonados, desde el interior del coche, vimos como nuestras plegarias salvaron la vida del conductor pardillo que intentaba persuadir a la pandilla de salvajes, consiguiendo que estos siguieran su propio camino después de estar amenazándonos unos angustiosos instantes.
A la semana siguiente nos enteramos que se trataba de una banda armada de afroamericanos relacionada con casos de extorsión, robos e incluso casos de homicídios sin resolver, que junto con el francotirador loco que andaba suelto por aquella época en Sacramento, hicieron de nuestro viaje un entretenido y agradable paseo por la ciudad, sabiendo que desde aquel día todos los ocupantes de nuestro vehículos habíamos vuelto a nacer.
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