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Con la edad de aproximadamente quince años, en mi barrio ya había crecido una nueva generación de chavales que luchaban por intentar pasar el rato con nosotros los "mayores"; para que pudieran estar con nosotros les pedíamos que hicieran cualquier tipo de chorradas, desde ir a comprarnos un chicle a un quiosco alejado hasta gastar bromas a los ciudadanos para nuestro disfrute.
Este es el caso en el que le pedimos a uno de estos jóvenes promesas de delincuencia que si quería recuperar su pelota debía realizar la siguiente prueba: tenía que introducirse en un pequeño cubo de basura de prácticamente su tamaño y esperar a que pasase un peatón por la acera donde éste se encontraba, y cuando esto ocurriese, salir del mismo levantando de un tirón la tapa y pegando un grito para asustar al pobre peatón.
Recuerdo que sólo hubo tres intentos más que suficientes para lograr que aquello se convirtiese en algo inolvidable: en el primero de los intentos le tocó el papel de víctima a una pobre ancianita que pasaba por allí a la salida de la iglesia; al pasar la anciana cercana al cubo el chaval de dentro salió de golpe, pero con tan mala suerte que la anciana ya había pasado de largo y gracias a su sordera ni se inmutó; en la segunda vimos que debíamos avisarle en el momento perfecto de la salida del cubo, con lo que nos inventamos una seña, un silbido que le hiciera entender al chico que era la hora de salir disparado; con esto le tocó el turno esta vez a un hombre de mediana edad normal y corriente que iba paseando hacia su casa que al pasar exactamente a un par de metros del cubo escuchó un silbido y a la vez presenció cómo un renacuajo salía derepente del cubo de basura gritando con tanto entusiasmo que inclinó el mismo de tal forma que todo su apoyo se fijó en las ruedas traseras, pegándose la ostia del siglo; pero lo mejor aún estaba por llegar: en el tercer intento vimos cómo un macarra del barrio se acercaba a la zona donde se encontraba el cubo con una bolsa de basura, directo hacia él; esta vez no tuvimos que hacer ninguna señal ya que tras estar esperando un rato en el interior de aquella caja de plástico maloliente, el hecho de abrir la tapadera hizo que nuestro pequeño superhéroe se levantase gritando: ¡aaaaaaaaaahhhhh!; el macarra se llevó tal susto que instintivamente le pegó un manotazo con la mano abierta en la mejilla derecha del chaval. Nosotros que habíamos observado la escena desde el interior de unos matorrales rompimos a carcajadas a la vez que salíamos corriendo de alli.
Después de este incidente al pobre chaval se le conoce como: "el ostia sorpresa".
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