sábado, 27 de diciembre de 2008

El explosivo...

Esta vez no tengo pensado relatar una historia cómica, sino más bien una anécdota por la que toda España tuvo que pasar el día del 11-M y que más adelante siguió con varias consecuencias.
En el año 2004 se vivía una intensidad social provocada por amenazas terroristas que atemorizaban al ciudadano tras haber presenciado el terrible atentado del 11-S en el 2001.
La mañana del 11 de marzo me dispuse a asistir a la universidad como hacía casi cada mañana, rutina de cinco minutos mas en cama, bajar tarde a desayunar y entrar tardísimo en clase; aquella mañana no creo que se me olvide nunca de la memoria: el día como otro cualquiera transcurría lentamente entre bostezos y cabezadas cuando entró por la puerta un bedel gritando el nombre de uno de mis compañeros; todos despertamos con la intromisión de aquel personaje tras escuchar que una madre estaba llamando muy preocupada a su hijo sin poder localizarlo.
En este momento se nos informó de lo que estaba pasando en Atocha: un tremendo atentado acabaría con la vida de numerosas personas inocentes de entre su mayoría jóvenes estudiantes. Todos llamamos rápidamente a nuestros conocidos en Madrid y comprendimos la agonía que había estado sufriendo aquella madre al llamar a su hijo el cual solía coger el cercanías o el autobus para ir a la universidad, con la suerte de que aquel día había tanta gente esperando para el tren que escogió la otra alternativa. (Ya se que todo el mundo conoce a alguien que aquella mañana no fue a clase y gracias a ello sigue vivo, pero en este caso el alumno era cercano a mí y me impactó la noticia).
Tras este atentado se sudedieron varios avisos de bomba en multitud de localidades españolas, de entre las cuales se encontraba mi universidad, sacándonos a todos de clase y residencias bajo dicha amenaza la cual resulto ser un farol.
Pero he aquí el grueso de la anécdota: las próximas vacaciones después del brutal atentado todos teníamos que pasar por atocha para volver a nuestras casas; en mi caso sólo quedaban billetes a primera hora el día de regreso, día en el que daban comienzo dichas vacaciones con la operación salida. Recuerdo que al llegar antes de las ocho de la mañana a atocha (primera vez en que asistía a la estación tras el atentado) me quede paralizado al ver el gran número de velas que la gente había depositado en recuerdo a sus seres queridos; fue tal la sensación de tristeza y comprensión por parte de los familiares afectados que era imposible evitar dejar escapar una lágrima por la mejilla mientras me imaginaba en aquella situación.
En ese día todo iba muy normal, los mismos desconocidos a diestra y sienstra, las mismas azafatas con bandejas de caramelos, los mismos cascos estropeados para ver una película antigua, etc.; al estar cansado por el madrugón dediqué la mayoría del viaje a acariciar la ventana con el lado de mi cara, y al llegar mis padres me dieron la terrible y fortuita noticia: ¡el tren en el que me había desplazado había pasado por encima de un artefacto explosivo que no había sido detonado!, cancelándose todas las salidas de trenes tras este.
Al escuchar la noticia me quedé de piedra, podíamos haber sido los pasajeros de aquel tren los siguientes en pasar a la historia como víctimas del terrorismo, pero gracias a que los malechores no tuvieron tiempo de terminar de armar la bomba hoy en día puedo seguir con mi familia y mis seres queridos.
Un abrazo y un recuerdo para todos aquellos que hacen de mi vida única, gracias.

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