viernes, 2 de enero de 2009

El esquimal malagueño...

La historia que os voy a contar a continucación es una de las miles de anécdotas que han tenido ocasión en nuestro grupo de amigos en Málaga.
Cuando eramos algo más enanos, hace siete u ocho años, empezamos a hacer escapadas a Sierra Nevada para practicar snowboarding.
Al ser aun unos pequeñajos, y debido a que al mejor vehículo que aspirábamos entre todo el grupo era a una zip refrigerada por agua (más bien conocida como "zí refriherao por agua" entre los kinkis) teníamos que asistir a estas excursiones mediante la organización de una empresa de viajes llamada "Querkus".
Lo bueno y malo que tenía ir a la sierra de esta forma era que no teníamos que preocuparnos por nada, ya que ellos nos llevaban, nos prestaban el equipo, atendían cualquier problema y nos traían de vuelta, sin embargo la zona donde debíamos esperar para salir y para nuestra recogida a la vuelta era demasiado... conflictiva por decirlo así, y al salir el autobus a las siete o siete y media, teníamos que despertarnos antes de las seis para prepararnos y acudir al punto acordado.
Lo más molesto de ir a la sierra siempre es el equipo tan pesado con el que tienes que cargar en todo momento: botas de nieve, pantalones impermeables, camiseta térmica, sudadera de abrigo, chaquetón protector, guantes de nieve, bufanda o braga para el cuello, gafas de snowboard, gorro de lana y por último la mochila con bebida, comida y ropa seca, en fin, que tras caminar con todo el equipo dos pasos ya estabas sudando.
La cuestión es que durante la semana, en clase o por las tardes, fuimos organizando una de estas escapadas a las que se apuntaba bastante gente, no sólo uno o dos. Aquel día debíamos ser más de la cuenta, y no se cual fue el motivo por el que lo hicimos, pero al llegar el día previo a la excursión, cancelamos la salida para posponerla al siguiente fin de semana.
La cosa es que en mi grupo, como imagino que pasará en la mayoría, se trazan o cancelan los planes de la misma forma: el que lo decide llama a uno, este al siguiente y así hasta que todos están al tanto de la noticia (o por lo menos eso creíamos aquella vez). Resulta que por algún motivo todos creiamos haber llamado a quien nos tocaba, dejando a uno de nosotros al margen de la cancelación.
Para quien no lo sepa, en Málaga es muy normal que no haga apenas frío hasta muy entrado el invierno, cosa que no se daba en nuestra historia (es decir, hacía un calor de cojones). A las seis y media de la mañana del supuesto día de salida suena el timbre en la casa de uno de los que cancelaron el viaje; su madre, asustada por la hora, se acercó al telefonillo y preguntó de qué se trataba: el chaval al que no le habían avisado había ido andando algo más de un kilometro con el equipo puesto a pleno sol hasta llegar a donde siempre quedabamos para salir hacia el autobús, había despertado a toda la familia de mi otro amigo todo para escuchar un "¡pero tío que coño haces, si al final ninguno va a ir a la sierra!".
Y con las mismas con las que vino y con el cuerpo más sudado que un luchador de sumo, este pobre hombre tuvo que subir esta vez cuesta arriba la enorme cuesta kilométrica que le llevaba a su casa. (¡Que grande eres!)

1 comentario:

Anónimo dijo...

no es el primero al que le pasa eso... hazme caso!