domingo, 23 de noviembre de 2008

El examen...

¿Quién no recuerda esos maravillosos años de colegio en los que sabías que cualquier repercusión a tus actos amorales iba a ser mínima?
Esta historia tiene lugar sobre el año 2000 donde los días de colegio se hacían eternos y la única diversión era la de esperar que cualquier día en clase pasase algo inesperado: el cabreo de un profesor, la ida de cabeza de algún alumno o simplemente una prueba de alarma de incendios, algo que rompiese con la rutina del día a día.
Bien, entrando ahora en materia, nos situamos en uno de esos días de calor y sudor, día en el que llegada la hora de comer te obligan a ingerir alguna especie de fabada litoral castiza que le revolvería el estomago al mismísimo Chuck Norris.
Después de comer intentábamos estudiar el examen de las 15:00 (y recalco lo de estudiar y no repasar) en una grada con el sol pegando fuerte en nuestras cabezas. Aquel día nos tocaba un examen de francés bastante sencillo; entramos en clase y ocupamos nuestros asientos mientras me daba cuenta de que la fabada empezaba a hacer efecto en mi vientre e intentaba animarme pensando que en menos de una hora podría escaparme al aseo.
Comenzó el examen y entre pregunta y pregunta intentaba retorcerme al máximo para no tener que compartir el resto de la clase mi angustia; los minutos se hacían eternos y las preguntas cada vez más dificiles a la vez que mi barriga me estaba exigiendo un respiro.
Una vez terminado y entregado el examen volví a sentarme en mi pupitre para esperar los pocos minutos que quedaban para el intercambio de clases, pero con tanto agetreo el gas intestinal de mi interior encontró una escapada escuchandose un tremendo estruendo contra mi silla; de repente, todas las almas de aquella sala dejaron de escribir por un segundo y centraron su atención sobre mí con caras atónitas; al encontrarme entre la espada y la pared hice lo que cualquier persona en mi situación habría hecho: echarle el muerto a otro; así que mientras era el centro de atención de la clase me dirigí hacia mi compañero más próximo y a la vez que lo señalaba grite: "¡pero que asco de tio!", lo que hizo que todas las miradas ahora se centrasen en él y que la profesora le exigiera que se fuera al servicio a desahogarse.
Creyendome exento de toda burla y humillación, escuché con ilusión el timbre que anunciaba el descanso y discreta pero apresuradamente me dirigí al servicio más cercando; al llegar observé el pobre estado de la taza en la que me tenía que sentar (recordandome al protagonista de Trainspotting) y cerre la puerta con cerrojo para tener absoluta privacidad pero éste sonó de forma exagerada, cosa a la que no le di importancia alguna debido a mi indisposición; intenté limpiar el váter como pude y lo próximo que se escuchó desde el interior de aquel inodoro recordaba al festival de las fallas de valencia en su máximo esplendor.
Al terminar tiré de la cadena aliviadamente, subí mis pantalones anchos por debajo de la cintura y me dispuse a abrir el cerrojo de la puerta: este giraba pero no desbloqueaba la puerta, ahora comprendía el sonido al cerrarse, se había desencajado y era inútil tratar de moverlo. Sin pernsarmelo dos veces escalé aquella puerta de mala manera esperando no encontrar ninguna persona más en el baño pero entre el festival fallesco y el aparatoso incidente del cerrojo la atención sobre mi puerta era única.
Conseguí salir de aquel aseo maldito entre las risas de los demás alumnos con mi bien merecida humillación. Aquella puerta no consiguió ser abierta el resto del curso.

1 comentario:

Anónimo dijo...

también reventaste un vater en Mainz...